El siguiente texto constituye la presentación de la Revista Phoenix I, editada en el año 2000. Queremos traer esta reflexión al día de hoy para presentar las razones e ideas que hicieron posible nuestra revista. Una reflexión a la que queremos re-inscribirnos, para reafirmar la visión del grupo y su publicación.
Presentación de Phoenix I
También en una revista universitaria llamada Punto de Partida se le preguntaba a Eduardo Galeano: “ ¿Cómo ve usted el fenómeno de la proliferación de Revistas cuyo mensaje no tienen en el fondo ningún valor?” A lo que él respondía: “Yo pienso que eso no es verdad. La multiplicación de las revistas, de las publicaciones, siempre expresa la voluntad creadora de grupos que no coinciden con la cultura dominante que se expresa a través de la televisión o de los grandes diarios o de los libros de segundo tiraje porque están en manos de los editores comerciales. Yo creo que son como los ríos subterráneos que van corriendo pero que quizá son los más verdaderos de los ríos. Y no importa mucho el valor literarios de cada escrito; lo que importa es sobre todo es esa necesidad de comunicación que para que funcione de verdad tiene que traducirse después en un riguroso ejercicio del oficio. El oficio de escribir es duro; hay que pelear mucho con las palabras hasta de verdad encontrarlas, y a veces se pierde uno por el camino”.
Somos[1] conscientes de que atravesamos un momento de la historia en el que la voluntad y el pensamiento se intentan imponer por medio del horror y de las bombas. Esta revista se presenta (y existe gracias a ello) abierta al pensamiento, a la crítica y a la acción en todas las acepciones en las cuales estas palabras sean permitidas o no por la real academia. Las páginas que siguen deben orientar un poco la mirada hacia otro tipo de concepciones del mundo y de la vida que, a nuestro juicio, son las que hacen de ella plenamente humana. Es así que en esta brizna de la historia que nos correspondió vivir nos unimos también al grito desesperado lanzado por Chejov hace ya más de cien años: “Además, ¿no es absurdo pensar en la justicia cuando nos hallamos en una sociedad podrida en que la violencia es el procedimiento más sensato y necesario y que, por el contrario, se indigna y se subleva ante cualquier buena obra, o ante un veredicto absolutorio por parte de los jueces? ¿Dónde podría encontrarse esa justicia?” (La sala número seis).
Sabemos que no estamos solos en el camino. Y que a pesar de todo las palabras mantienen el poder de expresión en el hombre. Un poder que ha traspasado las barreras del tiempo y del espacio y que hace afín a las necesidades de los nuevos hombres que se lanzan a escribir y a expresar desde el lugar más oscuro, o desde la habitación más olvidada. Saben(mos) que las ideas y las palabras forman una total armonía en la realidad que se vive y que de ellas depende la verdadera salvación del hombre.
“La literatura se hace haciendo literatura”, nos dice Cortázar. Con esta idea (y ese proyecto) en la cabeza estamos haciendo esta revista. Proyecto que se debe, en mucho, a la experiencia histórica y literaria de la revista Mito; Octavio Paz se refería a esta última con las siguientes palabras: “Valiosa, aunque desigual, porque en casa número se puede leer, por lo menos, un texto memorable”. De modo que si (a juicio de cada lector) no pueden salvarnos los “textos memorables” ojalá nos salve entonces la voluntad de comunicación de la que ya hemos hablado. De otro modo ta nos lo había dicho W. Benjamin: “Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos” (El Narrador).
Somos[1] conscientes de que atravesamos un momento de la historia en el que la voluntad y el pensamiento se intentan imponer por medio del horror y de las bombas. Esta revista se presenta (y existe gracias a ello) abierta al pensamiento, a la crítica y a la acción en todas las acepciones en las cuales estas palabras sean permitidas o no por la real academia. Las páginas que siguen deben orientar un poco la mirada hacia otro tipo de concepciones del mundo y de la vida que, a nuestro juicio, son las que hacen de ella plenamente humana. Es así que en esta brizna de la historia que nos correspondió vivir nos unimos también al grito desesperado lanzado por Chejov hace ya más de cien años: “Además, ¿no es absurdo pensar en la justicia cuando nos hallamos en una sociedad podrida en que la violencia es el procedimiento más sensato y necesario y que, por el contrario, se indigna y se subleva ante cualquier buena obra, o ante un veredicto absolutorio por parte de los jueces? ¿Dónde podría encontrarse esa justicia?” (La sala número seis).
Sabemos que no estamos solos en el camino. Y que a pesar de todo las palabras mantienen el poder de expresión en el hombre. Un poder que ha traspasado las barreras del tiempo y del espacio y que hace afín a las necesidades de los nuevos hombres que se lanzan a escribir y a expresar desde el lugar más oscuro, o desde la habitación más olvidada. Saben(mos) que las ideas y las palabras forman una total armonía en la realidad que se vive y que de ellas depende la verdadera salvación del hombre.
“La literatura se hace haciendo literatura”, nos dice Cortázar. Con esta idea (y ese proyecto) en la cabeza estamos haciendo esta revista. Proyecto que se debe, en mucho, a la experiencia histórica y literaria de la revista Mito; Octavio Paz se refería a esta última con las siguientes palabras: “Valiosa, aunque desigual, porque en casa número se puede leer, por lo menos, un texto memorable”. De modo que si (a juicio de cada lector) no pueden salvarnos los “textos memorables” ojalá nos salve entonces la voluntad de comunicación de la que ya hemos hablado. De otro modo ta nos lo había dicho W. Benjamin: “Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos” (El Narrador).
Entonces tenemos: una historia colombiana tan dolida que cada noche nos hace no regresar del frente de combate; la voluntad de decir algo (de gritar, de balbucir, o de hacer gestos de sordo mudo y sonrisas inexplicables) y por último, una revista que antes que querer ser tripalium (tanto para nosotros o para ustedes) quiere llegar a ser labor.
Jaime Palacios M.
[1] No sobra señalar que quienes estamos detrás de la primera persona del plural no somos una escuela o generación literaria, ya lo decía Gonzalo Arango y seguro que muchos antes que él: “La libertad es un fin que nos une en la aventura literaria, pero el uso de esa libertad es un medio que nos separa, que nos lanza a la soledad para conquistar nuestra individualidad artística” (De la nada al nadaísmo).
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